miércoles, 28 de septiembre de 2011

Capítulo 10

EDUCANDO A LA SRTA. SWAN
Al día siguiente, tomó un taxi por la 101 hacia la salida de Forks y se asomó a la baranda del rio Calawah.
Sacó del bolso el costurero y la caja que durante años contuvo su galería de instrumentos cortantes.
Estiró las manos por la baranda y por un segundo, miró el agua. Su único temor, es que ésta no fuera lo suficientemente profunda para que la carga no volviera nunca más a ver la luz.
Dios no quiere que ningún niño lo encontrara. Nadie debería encontrarlos jamás.
La caja se hundió en un santiamén y solo los anillos sobre la superficie del rio, reflejaron el lugar por donde desaparecieron los diez terribles años pasados de Isabella Swan.
Sonrió.
Nunca en todo ese tiempo, se sintió más viva y liviana como ahora.
En ese estado de febril exaltación, se dirigió al trabajo. Se había esmerado en su apariencia. La falda beige, la blusa entallada, el labial escarlata de su boca generosa y el cabello recogido en un moño alto… el único problema eran los endiablados tacones. Con apenas 5 centímetros, los peligrosos artefactos le habían hecho doblar el pie dos veces. Aun así llegó con tiempo de sobra a la oficina.
Abrió el despacho, corrió las cortinas y repasó la agenda de la semana, mientras contaba los minutos para verlo entrar.
Cuando el reloj marcó las 7 y cuarto, un elegantísimo Jasper se hizo presente.
- Buenos días Isabella. - Saludó el joven abogado apenas cruzar el umbral.
- Señor Jasper. - Respondió Isabella, mientras se apuraba a tomar su maletín.- ¿Cómo está su señora esposa? - Consultó la joven con sincero interés.
- Muchísimo mejor. Solo una infección menor, nada que preocupe el embarazo. Gracias por preguntar, ella te envía sus cariños y pide que recuerdes que le debes una salida de compras a Olympic para la semana entrante. - Señaló Jasper.
- Pero debería guardar reposo. - Adujo Isabella.
- Es Alice. Ya aprenderás a conocer que a mi querida esposa, no hay mal mayor que la separe mucho de las tiendas. Además ya estará de alta en dos días. - Explicó Jasper con una sonrisa. Luego se detuvo y volvió a verla. - ¿Qué tiene de diferente hoy? ¿Es el peinado? - Consultó el rubio abogado con una mirada apreciativa.
La chica se ruborizó y sonrió con timidez.
- Ya sé. ¿Hay un amor por ahí? - Preguntó Jasper guiñándole un ojo.
- No sé, puede ser. - Respondió Isabella mordiéndose el labio.
Jasper examinó por unos segundos a la radiante joven que tenía delante. En nada se parecía a la retraída niña que habían contratado hace dos meses atrás. Se alegró por ella, aunque temió que esta hubiera encontrado un novio. Los ánimos de su cuñado se volverían insoportables. Tenía muchas ganas de preguntarle algo más, pero viendo lo poco comunicativa que había sido hasta ahora, consideró la posibilidad de visitar el Blue Moose una noche de estas. Definitivamente Renné iba a ser más cooperadora.
- Pues me alegro. - Mintió Jasper. - Se ve que le sienta bien. Lo real es que si sus sospechas eran ciertas e Isabella se ponía de novia; un caos se cerniría sobre el bufet y él se llevaría buena parte de la tortura.
Entre tanto, ambos habían avanzado hacia la oficina del abogado y al ver la puerta abierta del despacho de Edward, éste preguntó.
- ¿Aún no ha venido?
- Está demorado. ¿Debería llamarlo? - Consultó la secretaria.
- Ya llegará. - Respondió el rubio abogado.
Para las ocho de la mañana, no había ni señas del socio mayoritario. El ánimo de Isabella había decaído penosamente y se retorcía las manos con ansiedad, mientras sus enormes ojos chocolate se fijaban una y otra vez en la entrada.
Edward Cullen llevaba casi una hora dentro de su vehículo, estacionado a pocos metros del bufet. Estaba reuniendo el coraje para entrar. "¿Cómo me recibirá? ¿Buscará hablar de lo que había pasado el día anterior?" Este pensamiento fue de inmediato descartado. Isabella Swan era tan contenida y reservada, que era imposible.
Luego una idea más apremiante le atormentó. "¿Y si … y si no vino?"
Entró al edificio como un huracán furioso. Ni siquiera se detuvo a dejar el abrigo en el perchero. Clavó su mirada en el adorable perfil de su secretaria, pero no le propino el más mínimo saludo. El paso enérgico y acelerado, lo llevó en segundos a su despacho y cerró con un portazo.
Isabella solo había atinado a levantarse ante la irrupción del hombre. Sintió que con la mirada le había fusilado en el lugar. No le había saludado, pero algunos gestos estaban más allá de las palabras y sabía que este día seria definitivo para su relación.
La chica estaba completamente convencida que desde el suceso anterior, habían entablado una relación. "Relación" musitó la chica ruborizándose. La experiencia había sido una revelación. La fuerza de cada una de sus palabras repeló el sentimiento de dolor o de daño que pudiera asociar a la azotaina.
Él le había nalgueado.
Eso era un hecho.
Y ella se lo había permitido.
Dejó que sucediera y de un modo extraño como para explicarlo con palabras… le había gustado. Cada golpe era un sello de propiedad. Ella le pertenecía, le necesitaba, le ansiaba en la más absoluta esencia de su ser. Lo más curioso del sentimiento, era que esta emoción en vez de convertirla en alguien más débil, la hacía sentir más fuerte, más valiente.
Esa seguridad le permitió levantarse con tranquilidad y servirle la acostumbrada taza de café. Como la puerta estaba cerrada, se vio obligada a golpear.
Nadie respondió al llamado.
La realidad es que éste se encontraba apoyado contra la puerta. Su mano derecha sosteniendo el puente de la nariz y las bellas facciones contraídas en una mueca dolorosa. "Que maldito cobarde" Las ganas de huir le atenazaban el estómago, pero la tentación de verla, era superior a su miedo. Apenas reconocía al hombre templado que había forjado durante años. El hombre que no necesitaba a nadie cerca, que era capaz de hacerse cargo de la vida de otras personas con el mismo desapasionamiento con que ordenaba que removieran una mancha de su traje.
Luego estaba su conciencia, débil y escondida, que aún le remordía al reconocer que había traspasado los límites de lo correcto. Debatiéndose en la ambigüedad de todo lo que convencionalmente le dictaba la moralidad social y todo lo que necesitaba en la oscuridad de su naturaleza dominante.
Ni siquiera con Tanya, se había animado a tanto. Los juegos de roles solo se permitían en la previa al sexo. "Un sexo increíble" musito para sí. Pero para que engañarse; ni siquiera un buen polvo podría haberlo retenido al lado de la frívola legalista oriunda de Alaska. Si le acusaba de ser demasiado intenso, él podía retrucarle que ella era demasiado estudiada. Inclusos sus orgasmos tenían el tinte de una buena actriz. Complaciente por representarse como buena amante con su hombre, pero nunca dejándose arrastrar por el éxtasis sin retorno.
En cambio con Isabella…
Recordó sus jadeos roncos, su voz descontrolada y la pasividad de su entrega. "Duro como una maldita roca" Suspiró exasperado al ver el bulto que se levantaba insolente tras la tela del pantalón. "¿Cómo me animé a tanto?" Tampoco es que se hubiese propuesto llevar a cabo lo que pasó. Su plan de conversión consistía en presionarla con las tareas, alentarla con algún que otro alago e inspirarla a cambiar su forma de vestir para ayudarla a desempeñarse con mayor seguridad. "Si tan solo no la hubiese visto con el tal Jacob" Ese había sido el desencadenante de todo. Suponer que su adorable secretaria, esa criatura tímida y encantadora, pudiera estar con alguien como él… lo enervaba. Ella estaba destinada para brillar, a florecer. Su belleza pacífica y la seguridad con que comenzaba a desenvolverse apenas era un atisbo de la magnífica mujer en que se convertiría.
Una mujer hermosa y completamente deseable. No podía negarlo. El deseo lo desbordó, lo descontroló y no fue penado por ello. Es más… la presencia de su secretaria tras la puerta era el claro premio de su acción. Se negaba a entender, que la chica lo perturbaba más de lo que jamás se animaría a reconocer.
No quería eso.
El nuevo golpe sonó sobre la puerta a sus espaldas. "Maldición"
- Permiso. - Musitó la chica empujando la puerta.
Él se hizo al lado, apresurándose hacia el terrario de orquídeas. Le daba la espalda a propósito. No solo porque evitaba verla, sino porque todo su frente evidenciaba cierto… problema.
Ella entró y su perfume de mujer inundó el recinto, sumado al tentador aroma del café recién hecho.
- No le dije que me trajera café. - Gruñó el abogado.
Bella ni se molestó en contestarle. Se dio vuelta con mucha tranquilidad, solo para sonreír quedamente al escucharlo ratificarse.
- Ya está hecho. Déjelo. - Volvió a mascullar el hombre entre dientes.
Ella depositó la taza sobre el escritorio y se volvió a verlo.
- ¿Quiere que cuelgue su abrigo? - Consultó la muchacha acercándose por su derecha y apresando la prenda que aun descansaba sobre el brazo de su jefe.
- No, no, no. - Se apresuró a contestar el hombre huyendo por la izquierda y dando un rodeo veloz al escritorio.
Se sentó con la prenda a medio doblar sobre su regazo, abrió la agenda de cuero y releyó las citas con detenimiento casual, sin notar que la página estaba con fecha de dos meses atrás. Cuando fue consciente de ello, solo atinó a cerrarla de un golpe "Inaceptable" "Parezco un niñato"
Levantó la vista decidido a descargar su furia.
Ella permanecía de pie. A un metro del escritorio. Mirándolo directamente a los ojos. Su sonrisa de niña buena. Los enormes ojos chocolate, observándole abiertamente. Sin temor, sin desconfianza, sin seducción encubierta. "Dulce niña mía" dijo el ogro, serenándose.
- Buenos días. Señor. - Susurró la chica.
Edward no leyó ninguna afrenta en sus palabras. Ningún reproche. Solo el gesto de paz.
Y lo aceptó.
- Buenos días. Señorita Swan. - Contestó Edward.
Ella le dirigió una sonrisa velada y se escabulló por el pasillo.
A media mañana, había logrado tomar un ritmo aceptable, aunque no normal. Isabella tecleaba la correspondencia a una cadencia bastante más lenta que la acostumbrada. No quería volver a cometer errores, aunque deseaba con toda su alma que él le volviera a someter a la dura disciplina de su palma. No porque ansiara el dolor. Sus nalgas aún sensibles, resentía incluso el movimiento de sentarse. Lo que quería era volver a disfrutar la intimidad del acto.
En tanto él se había visto numerosas veces distraído. Le costó el doble, finalizar las revisiones de los casos y se debió esforzar para mantener una conversación coherente con sus clientes.
Cuando llegó el mediodía, se encontró con que toda la correspondencia había sido escrita sin un error. "Ni una maldita coma fuera de lugar" rugió para sus adentros.
- Señorita Swan. - Gritó por el intercomunicador.
- Si señor Cullen. - Contestó la chica con una delicada modulación.
- Quiero que traiga la mesa con la máquina de escribir a mi despacho. Ahora. - Soltó Edward con hosquedad.
La secretaria acotó la orden con la más absoluta tranquilidad. No demostró asombro, ni inquietud. Tampoco se quejó de la pesada tarea de transportar la enorme máquina eléctrica hasta la oficina. Edward la veía trajinar con disimulado interés. Adoro el arrebol de sus mejillas y la hebra castaña de su pelo escapando del moño. La vio tensar el cuello en el esfuerzo de enderezar el armatoste y hasta se rió veladamente al verla trastabillar. Cualquier otro caballero, se hubiera ofrecido a ayudarla, pero él no estaba en plan de caballero y disfrutaba enormemente de verla sometida a esas tareas. Casi suspiró orgulloso cuando la vio sentarse con las ropas recompuestas y el recogido del caballo arreglado. La dejó que pusiera una hoja en blanco en el rodillo de la máquina, para decirle:
- Voy a salir a comer. Vaya a almorzar y empezaremos a trabajar más o menos a las 14 hs.
Luego el abogado se levantó y salió con elegancia, dejándola estupefacta.
Isabella se curvó sobre su asiento y dejó escapar el aire. No podía negar que la idea de estar más tiempo en su presencia era cautivadora, pero también estaba dudosa de poder concentrarse lo suficiente como para no caer en horrorosas faltas.
Permaneció en el mismo lugar durante varios minutos. Sobre el escritorio de su jefe, los marcadores rojos se asomaban de un lapicero de metal. Eran una bandera que le recordaba cuanto podía suceder si volvía a equivocarse. Lo peor es que quería equivocarse. Quería que la volviera a pedir que se recostara sobre la mesa y depositara toda su bestialidad en azotes duros y contundentes. Pero por otro lado necesitaba demostrarle que había aprendido la lección. Suspiró e hizo un puchero de niña pequeña.
A fin decidió salir a comprarse algo ligero para comer y buscar un corrector líquido para tratar de subsanar los posibles errores. Volvió enseguida y se sentó en la recepción a comer un yogur que dejó a la mitad. Su estómago no le permitía más.
Un poco más tarde de las 2, los abogados volvieron al despacho y Jasper se encargó de pedirle unas cuantas copias y papeleo de rutina. Isabella completó la tarea con premura. Luego su adorado jefe le llamó para dictarle algunas notas que tipió con increíble limpieza. Para el final de la jornada, había logrado elaborar el correo del día siguiente, sin mayores problemas e Isabella se sentía absolutamente en control. Por otro lado el abogado se esforzaba en apurar el ritmo del dictado y a emplear los términos más complejos de la jerga legal, a solo mérito de que ella se equivocara.
Digamos que la suerte tuvo mucho que ver para cuando al final del día, Edward Cullen se acercó al papelero del escritorio de Isabella para arrojar un borrador que le había dado Rosalie. Al ver tirado el envase del lácteo, una sonrisa torcida iluminó su semblante.
Llegó las 18 horas. Jasper y su hermana se retiraron. Isabella estaba terminando con una nota que era dictada por Edward con voz modulada y lenta. Incluso más lenta de lo que nunca le escuchó hablar. La templanza de la chica comenzó a flaquear.
Era tangible la electricidad del momento.
La suposición exacta de que algo iba a pasar.
- Que vienen las presentes actuaciones por recurso de apelación interpuesto por la parte demandada a fs. 393/99 contra la sentencia de fecha 20 de noviembre de 2006 obrante a fs. 379/383, en tanto hace lugar a la acción de desalojo entablada por el Señor Arza. Que primeramente se agravia el recurrente ante el rechazo de la excepción de falta de legitimación pasiva, manifestando que en el juicio de desalojo no toda persona puede demandar… - El abogado se interrumpió y suspendiendo su recorrido justo a espaldas de su secretaria, dijo: - Señorita Swan. ¿Qué almorzó hoy?
"Oh mierda, estoy en problemas" La vio estremecerse desde su altura y adoptar una postura rígida sobre el asiento. Sonrió complacido ante la respuesta física de la chica. Lo oportunidad de probarla no podía ser más apetecible.
- No tenía hambre. - Contestó Bella.
- Yo no pregunté si tenía o no hambre. Pregunté qué almorzó cuando le ordené que se fuera a comer. - Susurró el hombre inclinándose sobre el cuello de la chica. - No me mienta. Yo lo sé todo. - El tono ronco y persuasivo le hizo erizar los bellos de la nuca.
- Un yogur. - Murmuró ella.
Edward se enderezó e Isabella sintió el roce de las caras telas de su traje. Le escuchó alejarse unos metros. Un click metálico le advirtió que él había cerrado la puerta con llave.
Isabella cerró los ojos y un nuevo estremecimiento recorrió su cuerpo. Los pezones se irguieron por sobre la suave seda de su blusa. Los músculos de su abdomen se tensaron, obligándola a arquear la espalda en un espasmo involuntario y el núcleo de su femineidad pulso la dulce miel de la excitación.
- Señorita Swan. Sobre el escritorio. - Ordenó el abogado con voz grávida y severa.
Isabella casi no oculta la sonrisa. Se obligó a morder el interior de las mejillas, para contenerse. Se encaminó con paso titubeante hacia el escritorio.
Como la otra vez. Apoyó las palmas de las manos en la madera y se recostó sobre los codos.
"Deja vú" Pensó la chica antes de sentir al hombre posicionarse detrás de ella.
- ¿Sabe lo que va a suceder, Señorita Swan? - El timbre de su voz, varonil y seductora, se coló por sus sentidos y las piernas por poco le fallan.
- Si, Señor. - Susurró la joven.
"Mi niña" Asintió Edward en su interior, pidiendo paciencia para llevar a cabo la tarea sin descontrolarse. El demonio sabe que su más absoluto deseo era joder el coñito dulce de su secretaria a morir. Pero la educación que le prodigaba estaba más allá de la consumación carnal. Su propio cuerpo evidenciaba la excitación que le provocaba, pero no quería asustarla. Solo llevarla hasta el límite. Límite que él no cruzaría aunque sus testículos se convirtieran en piedra.
- Solo serán cinco y usted va a contarlos con voz alta. - Murmuró el abogado justo antes de descargar el primer golpe.
Nalgada.
El jadeo ronco de Isabella fue la respuesta al primer azote. "Cielo santo" gimió para sus adentro. Isabella intentaba recomponerse al tumulto de emociones que la desbordaban cuando la segunda palmada resonó sobre el cachete contrario.
Nalgada.
- No he escuchado el conteo, Señorita Swan. - Reclamó Edward por detrás.
Isabella pestañeo sorprendida. Esta vez no había acariciado su trasero después del golpe. No había intermedio entre una ruda caricia y otra.
Nalgada.
- Uno. - Se apuró a contar la chica. "Mierda"
- Se ha ganado dos extras por no responder a tiempo, Señorita Swan. - Soltó el abogado antes de bajar la mano nuevamente.
Nalgada.
- Dos. - Jadeó Bella y arqueó la espalda como una gatita buscando la mano de su amo.
Edward saboreo la victoria. Una victoria sobre sí mismo. Ya no había más miedos. Ya no había más culpas. Ella había aceptado el juego y él estaba encantado con jugar.
Nalgada.
- Tres. - Soltó Bella al sentir el nuevo impacto.
"¿Te gusta mi pequeña niña?"
- Señorita Swan. ¿Sabe porque está pasando esto? - Dijo Edward con persuasiva serenidad.
- ¿Porque no fui a comer, Señor? - Musitó la chica, retorciéndose ligeramente.
Gruñido. El hombre dejo caer una vez más la palmada sobre el trasero de la secretaria.
Nalgada.
- Cuatro. - Gimió la joven. El escozor de sus carnes apenas comenzaba a aparecer, tras el entumecimiento previo del golpe. Entre sus piernas, un rió de nata brillante y especiada, descendía sin control.
- Usted ha sido desobediente. Pero no volverá a hacerlo. - Sentenció el hombre antes de descargar un nuevo golpe. Un golpe incluso más fuerte que los demás.
Nalgada.
- Cinco. - La voz de la chica sonó casi como un grito. Un sonido gutural y animal que a Edward le recordó a un animal en celo.
"Le amo" pensó Isabella. El conocimiento vino aparejado del último azote y sucumbió ante el deseo de que ese acto se volviera una entrega absoluta.
Cerró los ojos. "Le amo"
"Le pertenezco"
"Le necesito"
La canción más oscura de su ser, vibró en el éxtasis del dolor. Era una sumisa. Su sumisa. Concebida para complacer a su amo y había encontrado al suyo. Reconoció que amaba el dolor que él le proporcionaba, porque podía hacerlo y porque todo su ser le decía que había nacido para él. Su cuerpo y su corazón sabían que era correcto.
Edward no se animó a acariciarla y la sensación de cúpula aún se amontonaba en su entrepierna de una forma casi dolorosa. Llevado por el momento en un gesto impúdico y lleno de pura necesidad, llevó su mano a la ingle y presionó el bulto para acomodarlo.
Luego rodeó el escritorio y se sentó.
Isabella se enderezó con lentitud. Tenía los ojos brillantes como a punto de lágrimas. Sin embargo su semblante era de lo más contenido. Solo el rubor de las mejillas hablaba de los intensos minutos que habían vivido. Ella observaba un punto sobre la pared, mientras buscaba su entereza para enfrentarse al hombre al que amaba.
- Señorita Swan. De ahora en más quiero que se alimente adecuadamente. Nunca más se salteará las comidas y para asegurarme de ello… quiero saber con quién y qué va a comer. ¿Lo entiende? - Inquirió el hombre hurgando en la mirada perdida de la chica.
- Si Señor. - Respondió Isabella.
- Míreme Bella. - Ordenó el abogado. La chica enfocó sus enormes orbes achocolatadas. - ¿Sabe que lo que hago es por qué me preocupo por usted?
Isabella se perdió en el mar verde de los ojos del abogado. "Es tan hermoso y está preocupado por mí"
- Sí lo sé. Señor. - Asintió con la cabeza y aunque su trasero dolía como los mil demonios, sonrió feliz.

Esa misma noche…
- Es bife de costilla, …puré. No. Papas a la crema, arvejas, té frio y helado. - Explicó Isabella por el teléfono.
- Bueno. Solo una cucharada de papas a la crema…una rebanada de manteca, cuatro arvejas. - Le contestó Edward del otro lado.
Ella cerró los ojos extasiada. Suspiró.
El suspiro se escuchó del otro lado del aparato y el abogado sonrió como un gato frente a un plato de leche.
- Y todo el helado que quieras comer.- Agregó Edward, premiándola.
Su hermana Jessica vino a comer con su marido. Su madre la miraba con incredulidad mientras miraba como Bella separaba solo 4 arvejas en su plato. Las comió con sumo deleite y su madre le dijo contrariada.
- ¿Qué haces? - Consultó Renné.
- Sigo una dieta muy especial. Nada de carne. - Contestó Isabella con una sonrisa escondida.
- ¿Tú de dieta? ¿Qué tiene de malo mi carne? - Inquirió la mujer con cierto tono de enojo.
- Nada mamá. Solo es cuestión de calorías y quiero comer postre. - Musitó la chica y sonrió con dulzura. Luego acercó su mano al regazo de su madre y la tomó con un apretón cariñoso.
Los ojos de Renné se enturbiaron. Isabella nunca fue muy demostrativa. Ella misma debía ser la culpable de ello. No era afecta a los abrazos, ni a los besos. Pero en verdad le emocionaba ver el cambio favorable operado en su hija.
Le respondió al gesto con un guiño simpático.
Cuando se sirvió por segunda vez la copa llena de helado de vainilla y chocolate, Jessica le dijo.
- ¿Y puedes comer todo eso? - El tono fue de un claro reproche, pero a Isabella no pareció afectarle.
- Es cuestión de contar las calorías. - Respondió Bella degustando con lentitud una enorme cucharada de crema helada.
- Luego me la das. El ritmo de las cenas con Mike está acumulándose en mis caderas. - Acotó Jessica, provocando las risas de la mesa.
Luego la conversación cambió a otros temas e Isabella se sintió aliviada de que no le pidiera más detalles de la dieta tan poco convencional que le recetaba su jefe.
Obediencia absoluta y nalgadas por cada error.

Después de ello se estableció una rutina casi exacta. El trabajo se realizaba en la cotidianeidad de la jornada laboral hasta más o menos las seis de la tarde. Ambos eran excelentes actores y ninguno de los dos presumía de lo que esperaba del otro hasta cuando se cerraba la puerta de entrada y Jasper se marchaba.
Ha solo una semana de su primera vez. Por errores de tipeo, la había azotado dos veces y una vez por desobedecerle con respecto a la comida. Ahora antes de cenar, le llamaba a su teléfono celular y esperaba su aprobación por cada bocado. Edward también estaba complacido por el desempeño de su secretaria. No se había equivocado. Era especial, adorable y obediente. Su natural entrega lo ilusionaba a concretar fantasías que nunca se imaginó llegar a realizar. Todo lo que había aprendido en la intimidad del cuarto de Leah, quedaba empequeñecido al descubrimiento de cuanto podía ejercer su poder sobre otra persona. No cualquier persona. Solo ella. Le fascinaba poder prohibirle, cosas tan específicas como comer, ir al sanitario o moverse de una silla. Su mente disfrutaba viéndola servil y entregada, gateando desde la recepción como un animal salvaje y exótico. Con sus largas piernas embutidas en medias oscuras con costura por detrás. El mismo le había pedido que las comprara y ella le había complacido. La observó llegar a su lado con una falda agosta por encima de la rodilla con un sugestivo tajo que se habría a cada movimiento. Las cartas sujetas entre sus dientes y esos adictivos ojos en los que él se disolvía como azúcar en chocolate caliente.
"Esto va a doler" Pensó Edward cuando su masculinidad aprobó la imagen de su secretaria arrodillada a centímetros de sus muslos. No es que fuera la primera vez. Es más… toda la jornada la padecía semi erecto y de algún modo disfrutaba de poder controlarse aunque temía que el daño a sus testículos se tornara permanente.
Fijó sus ojos de halcón en las voluptuosas carnosidades de sus labios rojos y una sonrisa canalla se coló en su cara al ver que el carmín había manchado el papel de la nota.
- Señorita Swan. ¿Cerró la puerta?
Nalgadas…

Por las noches, cuando Bella llega a casa, lee Cosmopolitan y fuma un cigarrillo. No es que tuviera la costumbre de fumar, pero creía que la imagen de una fémina fatal se asociaba a las volutas de humo de una mujer con un elegante recogido y ataviada con un vestido de rojo furioso. Esas eran las mujeres con las que suponía que su jefe se entretenía fuera del estudio de abogados. Todo el fin de semana se había pasado pensando en lo que éste haría en sus horas libres. Le extrañaba y solo compensaba la espera, el saber que le hablaría en pocas horas para consultarle que le autorizaría a almorzar ese domingo de primavera.
"Ojalá él espere esa llamado, tanto como yo".
Suspiro. Acomodó los almohadones y centró su atención en el texto de la revista.
El consejo de Cosmo para que tu hombre comparta más sus sentimientos.
Primero probar con algo de humor despreocupado.
Hagas lo que hagas…
No entres demasiado rápido en charlas sobre la relación.
"Relación" Cerró los ojos recordando la caricia furtiva de su mano la primera vez que la nalgueo. Había percibido la ternura escondida de Edward Cullen, pero era el sometimiento salvaje desprovisto de toda dulzura, el que le llevaba a retorcerse encendida en la soledad de su cuarto.
Apagó el cigarro y se tendió boca abajo. Su manito bajo decidida a la entrepierna, por debajo de la braga. Hizo un círculo ligero, cercando el minúsculo vértice de su sexo y cerró los ojos pensando en el rostro regio de su Jefe. El cabello cobrizo levemente despeinado, el gesto feroz de sus ojos verde cuando le mira enojado. Las líneas de su mandíbula masculina y severa. El perfil griego perfecto y él, observándola. Llamándola desde la silenciosa separación de una oficina convertida en una selva exótica de verdes encumbrados y volcanes en erupción.
Ella se le ofrecía como una espléndida flor abriéndose ante el sol, pero el solo se levantaba de su escritorio y le daba la espalda.
Abrió los ojos frustrada y se encontró con la foto que Jacob le había dado. Un recuerdo de la graduación, con su cabello atado en una media coleta y la mirada pícara de esos profundos ojos negros. Jacob le sonreía desde el marco con esa sonrisa espléndida y conocida.
Volvió a cerrar sus ojos y se imaginó encima de dos máquinas lavadoras. El cuerpo de Jacob encima de ella, mientras sus caderas se movían pulsando sobre su intimidad al ritmo del lavado.
Abrió los ojos y con fastidio, puso hacia abajo la foto. Necesitaba saciar estas ansias que le quemaban las entrañas. Necesidad pura de que esa mano que recorría su intimidad fuera otra que la suya. Pero no podía engañarse… necesitaba que él la tocara. La hiciera suya.
Se imaginó en la misma oficina donde la última semana se había sometido a los disciplinamientos de su palma. Se vio tendida sobre el escritorio, con un traje rojo como el labial de Rosalie. Su rostro entumecido por la pasión, jadeando mientras él le observaba desde atrás.
Humillada. Suplicante.
Su mano se movió con urgencia sobre la carnosidad de su clítoris y dio una palmeada juguetona a los labios húmedos de su sexo. Se retorcía en la fantasía que otros dedos largos y perversos la bombeaban por el canal estrecho. "Tan cerca, Tan cerca"
- Soy su secretaria. Su secretaria. Solo una cucharada de papas a la crema…una rebanada de manteca…y cuatro… cuatro arvejas. Ahhhhh.
A la semana siguiente el humor relajado de Edward era evidente incluso para los fiscales de Seatle, que hacían comidilla sobre las posibles causas del cambio. Ajeno a ello, Edward Cullen se detuvo en camino al estudio. Tenía una sorpresa para su secretaria y con suerte tal vez ella le sorprendería a él.